LGTBIPOL

Una treintena de agentes nacionales, municipales y guardias civiles marcharán por primera vez en la manifestación del Orgullo Gay en Madrid para reivindicar la visibilidad y la diversidad sexual dentro de las fuerzas de seguridad en un acto organizado por la recién estrenada asociación LGTBIpol.

Detrás de esta iniciativa están Iván, Elena, Rufino y Begoña, cuatro policías nacionales que reivindican su orientación sexual tanto como el trabajo que realizan. Quieren luchar contra el estigma de ser gay dentro del cuerpo pero también contra la imagen que se tiene de la profesión desde fuera, en concreto por parte del colectivo LGTBI hacia una institución que hace sólo 40 años les perseguía.

“La Policía es un cuerpo muy cerrado, no nos olvidemos de que eran los policías los que nos perseguían por Chueca para pegarnos, aunque fueran de marrón”, explica Iván Martínez, presidente de la asociación. “Aún hay países como Guinea ecuatorial o Chechenia donde si vas de la mano con tu pareja te detienen y te matan. Y quien lo hace es la Policía, y esa imagen a veces cuesta desvincularla de nosotros, que somos policías buenos ¡que en España no te matan por eso!”, añade este agente que se encarga de coordinar las patrullas que circulan por todo Madrid.

Aunque la andadura de LGTBIpol comenzó en enero, la puesta de largo tendrá lugar el próximo 1 de julio, cuando desfilarán encabezando el desfile del Orgullo Gay de Madrid junto al menos una treintena de miembros de todas las fuerzas de seguridad. “Nos está escribiendo mucha gente, quizá seamos muchos más, la verdad es que no lo sabemos”, confiesan abrumados por la repercursión de la noticia. Mientras preparan todo, los ‘whatsapps’ y correos se multiplican con mensajes de ánimo y casos de discriminación, a la vez que terminan de perfilar los objetivos de la asociación a la que dedican su tiempo libre.
Los Power Ranger del cuerpo

Según relata Iván, la idea de montar LGTBIpol surgió por la cantidad de conocidos del colectivo gay que acudía a ellos con dudas legales debido a su profesión, “igual que cuando nos preguntan las calles”, bromea. “Hubo un caso concreto de un chico colombiano que sufría malos tratos de su marido. Vino a pedirme ayuda y yo no sabia cómo ayudarle hasta que me dijo que es que no sabía cómo denunciar, cómo presentarse en la comisaría y decir que era gay y que su pareja le pegaba…. La violencia entre personas del mismo sexo no es como la violencia de género, donde se inicia un protocolo nada más denunciar. Y ahora se puede aplicar delito de odio, pero antes si ibas a la comisaria y no había lesiones, se quedaba en nada. Así que pensé que tenía que hacer algo para ayudar a personas como él y empecé a buscar reclutas”.

Iván conoció a Rufino por otros compañeros; éste trajo consigo a Elena, ya que los dos trabajan en el servicio telefónico de demandas para extranjeros, y junto a Begoña conformaron la directiva. Sin embargo, el armario de la Policía es, dicen, más grande de lo que parece y muchos no se atreven a apuntarse por miedo a represalias. “Tenemos muchos compañeros y amigos cercanos que aun sabiendo que no hace falta que den la cara siendo socios no se atreven”, apunta Rufino Arco.

Donde más cuesta que se animen a salir del armario es en la Guardia Civil, un cuerpo “mucho más conservador”, por el miedo a los superiores y la subordinación a un código militar y no civil. Fernando Ramón, sin embargo, sí ha dado la cara y se ha apuntado a la asociación. Él no es homosexual, pero tiene un hijo transgénero que le hizo concienciarse y ahora da charlas por los colegios. “Conozco compañeros que viven una doble vida por no mostrar su orientación sexual abiertamente. La diversidad no es precisamente el pan nuestro de cada día”, reconoce este guardia civil de Torremayor, un pueblo de 800 habitantes en Extremadura. Asegura que desde que se conoció el cambio de su hijo no ha tenido malas experiencias, pero tampoco gran apoyo, algo que sí espera encontrar ahora con la asociación.

Entre las actividades de LGTBIPol ya está en marcha la formación para cachear personas transexuales, prevenir el bulling, mejorar leyes para el colectivo -concretamente sobre la violencia intragénero-, y aconsejar y denunciar el tratamiento de sus compañeros cuando acuden a ellos personas homosexuales y transexuales. “A veces oyes en la comisaría algún comentario jocoso del tipo: ‘Cómo no le van a pegar, si mira qué pintas trae…’. Eso no se puede permitir y el mero hecho de que existamos hace que los compañeros ya se corten, porque saben que si no luego vienen los Power Ranger”, bromea Iván.

Otra gran asignatura en su lista es combatir los delitos de odio. Desde que han puesto en funcionamiento la asociación, en enero, han tenido lugar 99 incidentes contra homosexuales sólo en Madrid. El año pasado llegaron a los 240. Reivindican que se persigan igual que otros delitos y que haya actuaciones policiales en consonancia a la gravedad de este problema social: “La Policía no sabe muy bien cómo actuar, se trata como una agresión más. Pero ojo, es que igual pasan cinco o seis en una sola noche. Y cuando rompen cinco coches en una noche se monta un dispositivo de seguridad para ver quién lo está haciendo. Queremos que se trate igual, y reforzar zonas como Chueca, el Templo de Debod o plaza España”, señala el presidente.

Esta asociación sigue la estela de otras similares en países como Inglaterra, Holanda, Alemania o Suecia. También en España existía ya Gaylespol en Barcelona, con un objetivo similar, aunque consideran que tiene cabida otra asociación, más orientada a un alcance nacional.

Para algunos de ellos, querer ser policía fue casi más difícil que salir del armario. Es el caso de Elena Sánchez, la más veterana, que aunque desde pequeña tenía clara su vocación, su madre le aseguró que eso sólo pasaría “por encima de su cadáver”. “Era la época en la que aún había atentados contra Policía y Guardia Civil y mi madre tenía mucho miedo”, recuerda. Con 30 años lo consiguió, rozando el límite de edad que había entonces para entrar al cuerpo y ahora trabaja en la oficina de denuncias telefónicas para extranjeros en inglés y alemán.

Tampoco a Begoña Gallego se lo permitieron al principio y pasó unos años como peluquera antes de ponerse el uniforme. Mientras se preparaba las oposiciones conoció a la que ahora es su pareja, también policía, y descubrió que además de los hombres también le gustaban las mujeres. Ahora es madre y trabaja en un puesto más tranquilo como seguridad en el Congreso de los Diputados. Hasta ahora nunca había hecho gala de su orientación sexual aunque tampoco lo había ocultado, y como el resto, temía que poner luces de neón a esta parte de su vida pudiese relegarles “al puesto más oscuro del cuerpo”. Sin embargo, no ha sido así, y cuentan que el 90% de las reacciones han sido de apoyo.

De hecho, a pesar de los miedos, todos afirman no haber sufrido más discriminación que algún comentario fuera de lugar durante su trayectoria como agentes. “Yo he oído a un jefe decir que había muchas mujeres en la oficina y que el próximo fichaje tenía que ser un hombre, pero que fuera ‘un hombre de verdad’. Y él sabía perfectamente que yo era lesbiana. No quise entrar, al final lo dejas pasar porque sino estarías todo el día discutiendo”, afirma Elena. Iván cree sin embargo que hay que combatir esas microdiscriminaciones que sacan la parte más arcaica de la profesión: “Una vez faltaron dos compañeras y escuché a un superior decir: ‘Qué casualidad, ¿no serán novias? Como sean lesbianas, aquí no vuelven’. En esos casos yo les digo que tengan cuidado con lo que dicen porque puede considerase delito de odio. Y siempre te dicen lo mismo: ‘No si yo tengo muchos amigos gays’”.

Sin embargo, todos reconocen haber “pecado” de callarse en algún momento su condición para evitar problemas, sobre todo mientras se preparaban para entrar al cuerpo. “La idea que se tiene en la academia es que si eres gay te echan. Es un miedo que está ahí”, cuenta Iván. Él no lo fue contando mientras estaba en la academia, en Ávila, pero tampoco lo ocultó: «Cuando nos conocimos todos había gente que decía que tenía novia. Yo decía simplemente que tenia pareja y nadie me preguntó más hasta que un chico me pidió que le enseñase una foto de mi novia. Se las enseñé y me dijo ‘¿pero dónde está?’, y ya le dije: ‘Está aquí, es este», recuerda.

La entrevista, la gran prueba

La prueba de fuego es la entrevista para entrar al cuerpo. La temida y habitual pregunta de si tienen novio o novia se convierte en un quebradero de cabeza para los aspirantes ante la subjetividad de quién hace las preguntas y toma las decisiones. Elegir entre la sinceridad de mostrarte tal y como eres o no jugártela por si te ha tocado “»el Torrente de turno» es un tema recurrente en los foros de policías. “Es muy complicado, te juegas que te echen, que no te aprueben. Es así, porque depende mucho de quién te toque”, apunta Begoña. “Yo no lo diría a nadie que dijera la verdad en ese punto, mejor que eviten la pregunta o digan directamente que no tienen pareja”.

Detrás de la homofobia de algunos miembros del cuerpo se encuentra el machismo de una profesión eminentemente masculina donde se pone en tela de juicio si son tan fuertes y valientes como un hombre heterosexual. “Todos los compañeros dicen que les da igual la orientación sexual de un compañero de zeta, de coche patrulla, mientras haga bien su trabajo. Eso es cierto, ¿pero que pasaría si tu compañero fuera un chico afeminado? Ahí seguro que alguno no querría patrullar con él, pensarían que les van a dejar atrás si tienen que intervenir”, dice Rufino.

Pero no necesariamente todos los clichés que quieren romper están dentro del cuerpo. También de puertas para fuera muchos de sus amigos o conocidos gays se sorprenden cuando les confiesan su profesión, que ocultan más que su orientación. “Al principio no lo decimos por seguridad más que nada, pero cuando lo sueltas la primera reacción siempre es ‘Ostras, y ¿cómo llevan en el cuerpo que seas gay?’”, bromea Rufino. “Y acto seguido viene lo del morbo del uniforme”, apunta Iván, “¡Cómo si me fuera a apetecer ponerme mi uniforme de trabajo fuera del trabajo!”.

En la marcha del Orgullo Gay no irán vestidos de uniforme porque no pueden, pero sí con unos polos y camisetas que han hecho para la ocasión. Irán a pie, en el pelotón que va delante de las carrozas, aunque les gustaría ir acompañados por sus compañeros a caballo. Consideran que el cuerpo “debería mojarse” y estar presente en la cita con las unidades de caballería protocolarias: “Igual que se hace en Semana Santa, cuando viene Obama o viaja el Rey”. Pero por el momento se conforman con tener visibilidad este año para ir creciendo poco a poco. “Quizá para el año que viene”, espera Iván.

Fuente: elconfidencial.com

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