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No se debe dar un móvil a los adolescentes antes de los 14 años. Este es un comando que repiten como un mantra todos los psicólogos consultados. Silvia Álava, del Centro Álava Reyes, expone el porqué: «Antes de esa edad, los jóvenes no tienen la madurez suficiente para entender los peligros que tiene no el teléfono en sí, sino el de las redes, como que esa información que cuelgas se vuelve viral, que no la puedes borrar, que ese vídeo donde sales golpeando a otro muchacho te va a perseguir el resto de tu vida».

El alcance que tiene el escaparate digital es la plataforma que muchos adolescentes eligen precisamente para «darse a conocer»: digamos que les gusta «presumir de ser el matón de clase» y están orgullosos de la reputación que se crean, sin tener en cuenta las consecuencias de que todo el mundo lo vea, comentan los expertos. Incluida la Policía.

Y eso es precisamente lo que ocurrió hace unos días en Arrecife (Lanzarote), donde la discusión por un «asunto de chicos» llevó a las manos a dos jóvenes de 13 y 14 años, que patalearon en el suelo y golpearon a otra, dejándola malherida. «Lo siento, no quería hacerlo, pero te lo has ganado», se le escucha decir a una de las agresoras, que reprende a la víctima que haya «flirteado» con un joven que le atrae. Las que golpean son dos, mientras una tercera joven graba la escena, se ríe y lo difunde.

Y, en este sentido, «tan acosador es el que graba y se mofa de los golpes de los que es cómplice, que el que pega la bofetada». La directora del Teléfono del Menor de la Fundación ANAR, Leticia Mata, recibe decenas de llamadas al día. Diferencia, en el terreno del «ciberbullying», a tres actores: la víctima, el agresor (que suele actuar en grupo, pero que en las redes sociales ha encontrado el caldo de cultivo perfecto para hacerlo en solitario) y el menor espectador, que se está riendo de lo que hace otro, «se considera anónimo» y es a quien le interesa colgar el foto o el vídeo en la Red. «Con cada uno de ellos hay que adoptar medidas diferentes –apremia Mata, en conversación con ABC–, pero el cambio de colegio o centro no es la solución».

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Lucía vivía atormentada

Mata habla del caso de Lucía, la menor de 13 años que recientemente se quitó la vida al asegurar no soportar el acoso al que se veía sometida por parte de varios chavales. Su madre la encontró ahorcada en su habitación. Vivía en la pedanía de Aljucer, en la Región de Murcia y las averiguaciones policiales para determinar el grado de responsabilidad de los acosadores continúan abiertas. Era, para sus compañeros, «gorda y fea» y ella se sentía terriblemente desgraciada, reza su propia nota de suicidio. Según explica a este periódico la Consejería de Educación de Murcia, la chica atormentada estuvo escolarizada en tres centros, el CEIP Escultor González Moreno de Aljucer, el IES Ingeniero de la Cierva y acabó cambiándose de centro al IES Licenciado Cascales. Fuentes de la Consejería aseguran que «los protocolos de actuación se activaron, en colaboración con la familia de Lucía, que solicitó el cambio de centro educativo y éste se ejecutó. Además, profesores y alumnos estaban implicados en apoyar y hacer un seguimiento de la joven». Pero no resultó.

Para la única institución Defensor del Menor que queda en España, la de Andalucía, el cambio de centro también se ha demostrado como poco efectivo en los casos recientes que han asolado esta comunidad. ANAR ha constado que en el «92% de los casos de ciberacoso que llaman al teléfono, el menor presentaba un problema psicológico», que un cambio de colegio o instituto no solventa. Y tanto Mata como la psicóloga Álava apuntan los indicadores de ese patrón: «La víctima sufre baja autoestima, de repente tiene mucho apetito o deja de comer por completo, padece trastornos del sueño, baja su rendimiento escolar…». Y un elemento más: las ideaciones suicidas se repiten en muchos muchachos que llaman al 900 20 20 10 de esta Fundación de atención a los problemas de los jóvenes, así como la autolesión. El último caso sucedió en Fuerteventura, donde los padres de una joven de 13 años que se dijo «perseguida» por sus compañeros de pupitre evitaron la tentativa el pasado 13 de enero.
«No piden ayuda»

Para abordar el tratamiento de jóvenes involucrados en casos de acoso y ciberacoso, los psicólogos apuestan por enseñar a empatizar tanto a la víctima como al agresor. Muestran a la primera un estilo de comportamiento asertivo, a que responda, con su opinión, y se defienda sin entrar al juego del acosador; y al segundo le enseñan a entender lo que puede sentir la víctima en su piel.

«Lamentablemente a las consultas vienen los padres de la víctima, pero no piden ayuda los padres de los acosadores, porque creen que con un castigo se pasa y ya. Pero su violencia no puede quedar impune, y en casa hay que darle la importancia que tiene. Ese adolescente necesita ayuda, hay que educar a los niños en qué y que nó se puede hacer en las redes sociales, y sus padres deben revisar las publicaciones de sus hijos en sus perfiles muy de vez en cuando», aconseja Álava, autora del libro «Queremos hijos felices». «No es espiar, porque eres el responsable legal de ese menor. Además, así tu hijo ve que es público lo que aparece en su cuenta, no privado», añade.

Otra explicación es la que aporta la directora en ANAR. Abogada, Mata cuenta que en demasiadas ocasiones el menor que agrede recibe violencia en casa. «Todos los días vemos estos casos en el teléfono, y el problema es de fondo: la violencia llama a violencia y hay que atajarla de raíz».

Fuente: abc.es

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