Violencia de Género Digital – No se conformó con una, ni con dos, ni con tres… ni con nueve. Un vecino de Mérida instaló en el teléfono móvil de su pareja hasta dieciocho aplicaciones diferentes para espiarla. El hombre recibía información al minuto de llamadas, mensajes, fotografías y actividad en las redes sociales de la mujer. Un espionaje en toda regla. Empezó a monitorizarla cuando estaban juntos (el hombre instaló todas esas aplicaciones en el móvil de su pareja después de pedirle que le dejara el aparato para configurarlo) y el control continuó después de que se rompiera la relación.

Todo se descubrió hace un par de semanas cuando la mujer acudió a la Policía Nacional. Narró a los agentes que su teléfono, de última generación, “hacía cosas raras”. Ya sospechaba que su expareja podía estar espiándola. Oía ruidos extraños cuando hablaba, la batería se agotaba muy rápido, desaparecían fotografías de sus ficheros y también aplicaciones que había instalado. Los agentes se quedaron con el aparato y enseguida descubrieron lo que pasaba aunque muchas de las aplicaciones espía no eran visibles en la pantalla del aparato, ya que existen también programas diseñados para ocultarlas. Al final el análisis del teléfono reveló que alguien había instalado dieciocho aplicaciones espías (casi el doble de la decena de las más conocidas y populares ofertadas en internet) todo un récord en los casos conocidos hasta la fecha de este moderno sistema de espionaje. Las sospechas apuntaron, de inmediato, a la expareja de la mujer. El hombre, de 50 años y autor de la configuración del aparato, ha sido detenido acusado de un delito de descubrimiento y revelación de secretos.

Es el último caso conocido del espionaje conyugal 2.0. De la monitorización total a distancia de la pareja, posible con los dispositivos nacidos con las nuevas tecnologías. La prueba de una infidelidad ya no se busca oliendo la ropa, registrando bolsillos de chaquetas, buscando cabellos sospechosos en prendas, repasando listados de llamadas que las compañías telefónicas mandaban en papel a casa o escrutando extractos bancarios. Hoy basta con tener acceso a un teléfono de última generación para saber dónde está en todo momento la pareja, descubrir con quién habla y a qué hora o leer lo que escribe en sus canales de mensajería. Y todo parece relativamente muy fácil. Aplicaciones que inicialmente se crearon para controlar a los hijos o seguir los movimientos de trabajadores están triunfando como nunca en el espionaje conyugal. ¿Por qué? En la vida en pareja resulta muy fácil tener acceso al teléfono de la otra persona. Y bastan unos minutos para descargar en ese aparato cualquiera de las aplicaciones que aparecen en tropel sólo con googlear “espiar a mi novia o novio”. ¡Pero cuidado!. “Esa acción es delictiva”, alerta Ruth García, experta en esta materia del Instituto Nacional de Ciberseguridad de España (Incibe). Las penas previstas en el Código Penal por espiar el teléfono de otra persona sin que ésta lo sepa van de uno a cuatro años de cárcel. Información que parecen desconocer aún muchas personas, a la vista del continuo goteo de sentencias dictadas en España en los últimos tres años por espionaje conyugal.

En diciembre del 2016 un hombre de Palma fue condenado a un año de prisión por descargar en el móvil de su exesposa una de esas aplicaciones que permitía al inculpado activar el micrófono y la cámara del teléfono de su mujer a distancia y ver todas las imágenes y mensajes almacenados en el aparato. Un año antes, un juez de Girona dictó otra sentencia similar, pero con un castigo más severo. Una pena de dos años y medio de cárcel para un hombre que se apropió, con una de esas aplicaciones espías, de fotografías privadas que su exesposa guardaba en su móvil. El condenado pretendía probar con esas imágenes (la pareja estaba en proceso de divorcio) que su mujer le había sido infiel. La cosa, como se ha visto, no salió como este hombre esperaba.

Hace poco más de un año otro juez de Almería condenó a dos años de prisión a un hombre que tenía también monitorizado el teléfono móvil de su expareja. En este caso utilizó una aplicación llamada Cerberus, que permite al espía tomar fotografías, así como grabar vídeos y activar el audio del aparato controlado a distancia. Ese control duró varios meses sin que la mujer se percatara de lo que estaba pasando. Y es que la aplicación espía utilizada en este caso “está pensada para instalarse en modo silencioso”, revela Ruth García, experta en ciberseguridad de Incibe. Se oferta como una aplicación antirrobo (ayuda a localizar el teléfono en caso de pérdida o sustracción) pero en realidad permite, si se descarga con la intención de espiar, seguir a distancia la localización del aparato, rastrear la información almacenada en el dispositivo y activar la cámara para visionar en directo todo lo que está al alcance de ese teléfono.

En todos estos casos, al igual que en las detenciones de otros tres hombres en Burgos, Jaén y Alicante (en este último episodio un hombre controlaba teléfonos de varias de sus exparejas) los arrestados tuvieron que manipular antes los dispositivos de las mujeres. “Siempre hay que activar la app espía en el aparato que se pretende controlar”, recalca Ruth García, salvo en casos de empresas que dispongan de un software Mobile Device Management (MDM), que les permite controlar esos dispositivos de forma remota”.

¿Cómo puede una persona detectar que se es víctima de un espionaje? “Es muy importante –responde esta experta en ciberseguridad– revisar periódicamente las aplicaciones instaladas en el dispositivo así como sus permisos. Lo habitual es que esas apps espías soliciten permisos para realizar todo tipo de acciones sobre el dispositivo”. “Así que si se encuentra una aplicación instalada con un nombre que no resulta familiar –continúa Ruth García– hay que eliminarla o también se puede realizar una búsqueda en internet para recabar información sobre la misma”. Incibe ofrece, de forma gratuita, la herramienta Conan mobile a través del portal www.osi.es. Está disponible para todos los usuarios. La aplicación, actualmente diseñada para Android, es capaz de detectar aplicaciones de tipo espía. Puede hacerlo, añade García, “porque esas apps no están disponibles en la Play Store, ya que los controles de seguridad de Google no permiten la publicación de dicho tipo de herramientas en su supermercado virtual”.

El Instituto Nacional de Ciberseguridad no dispone de estudios sobre el perfil de los usuarios más dados a usar estas herramientas de espionaje. Aunque sí apuntan que tienen mucho éxito entre padres que quieren controlar a sus hijos menores o empresas que monitorizan a sus trabajadores. En los últimos años a estos dos grupos se han sumado las parejas, sobre todo los hombres, que no dudan en recurrir a esas aplicaciones (sin ser conscientes muchas veces que están cometiendo un delito) para controlar lo que hace, dice y escribe su compañero o compañera.

Arantxa Coca, psicopedagoga familiar, afirma que “espiar siempre es espiar”. Y eso vale tanto para el que registra la cartera o mira las llamadas del teléfono móvil de su compañero o compañera, como para aquella persona que instala una aplicación espía. “En todos los casos hay un atentado contra la privacidad del otro”, añade esta psicóloga, que también ha detectado en su consulta un incremento de conflictos entre parejas originados por el control del teléfono móvil.

Una medida para evitar ser espiado sería no dar nunca, ni a la persona que más se ama, la contraseña de activación del teléfono móvil. Arantxa Coca alerta, sin embargo, que esta estrategia puede generar muchos conflictos en la relación. “Esconderse del otro deliberadamente cuando se cambia la contraseña de uno de esos aparatos va a generar seguramente mucho malestar, ya que una cosa es hacer uso de la privacidad y otra muy diferente tratar a tu pareja como un intruso cuando se adopta esta medida, en principio pensada para que personas extrañas no puedan acceder a tu teléfono”.

Fuente: lavanguardia.com

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